El sol del domingo 30 de abril nos recordaba que aquel día la Iglesia celebraba la Resurrección de Cristo, la gran noticia por la cual hemos entregado nuestra vida, la noticia que transformó a la humanidad, la Buena Nueva que le dio sentido pleno a la existencia…, la noticia que fue posible gracias al amor infinito de Dios, que tuvo a bien enviarnos a su Hijo, para que asumiendo nuestra naturaleza humana la redimiera… Era el día para acercarnos al lugar donde había acontecido el extraordinario milagro que hizo posible que el eterno se hiciera temporal, que Dios se hiciera hombre, que el fuerte se hiciera frágil, que el Todopoderoso se hiciera indefenso, y que la naturaleza humana tuviera esperanza y sentido…
Ese domingo, visitamos pocos lugares debido al difícil acceso que tendríamos para poder estar en ciertos lugares sagrados. Empezaríamos dirigiéndonos a un lugar del cual no había escuchado antes, lugar que es conocido como la Gruta de la Leche; es ahí, muy cerca de la Basílica de la Natividad (el templo más antiguo del mundo), donde la tradición ha llevado al pueblo creyente en su fe humilde a creer en la intercesión de María en favor de todas aquellas mujeres que no pueden tener hijos…, y al entrar en aquella estructura color crema pazco que se mezclaba con el azul del cielo, empecé a ser testigo de tantos testimonios venidos del orbe entero, donde relatan la intercesión de la Madre del cielo y tierra, en favor de sus “hijos milagro”, como son denominados.
Fue ahí, donde tuve el privilegio de presidir los misterios sagrados de nuestra fe, y en dicho lugar, al ser las 10:00 am, sin duda alguna elevé la oración por tantas amigas, por tantas mujeres, para que del Señor por medio de la intercesión de María su Santa Madre, puedan alcanzar si es su voluntad tal don y regalo… Durante la homilía, recordé los dogmas marianos y el gran misterio de la Encarnación, pues era ahí, muy cerca, donde Dios ha querido salvarnos de esta manera tan admirable y ahora sí, quedo absorto ante tal misterio, pues aquí, en algún lugar de Belén nació el Redentor del mundo…
Pensaba en Belén como la eterna Navidad, y mientras presidía la Eucaristía, en una especial capilla de un blanco reluciente, al llegar a la consagración meditaba en el milagro, pues Dios volvía a la tierra de manera extraordinaria, pensaba nuevamente en su nacimiento… y el texto de las Calendas de Navidad venía a mi mente: “¡Os anuncio, una nueva de gozo! Habían pasado millones de años después de la creación, cuando en un principio creó Dios el cielo y la tierra, y miles de años después del diluvio, hacia el año 2015 después del nacimiento de Abraham, hacia el año 1510 después de Moisés y de la salida del pueblo israelita de Egipto, hacia el año 1032 después de la unción de David, en la semana 65 según la profecía de Daniel, en la olimpiada 194, en el año 752 de la fundación de Roma, en el año 42 del imperio de Octavio Augusto, con todo el orbe pacificado, hace ahora casi 2017 años: Jesucristo Hijo del Padre, del Dios Eterno, queriendo santificar el mundo con su venida, concebido por obra del Espíritu Santo, y pasado los 9 meses de la concepción, nació en Belén de Judá, de la Virgen María hecho hombre. ¡Os anuncio una nueva de gozo! Aquel recuerdo de mi corazón, en Belén y en la Eucaristía, me hacía estremecer al contemplar cuánto amor y paciencia ha tenido Dios para con nosotros, pensaba que no estaba ante un hecho infundado, sino que es una realidad perfectamente situada en la historia…, y sintiéndome infinitamente necesitado de Dios, releía mi propia historia inserta en esta misma paciente y compasiva historia de Salvación de Él para con nosotros…
Sería sin duda un día de mucho asombro, si nunca antes había escuchado de aquella gruta que alberga la imagen de María amamantando, tampoco imaginé lo que estaría a minutos de vivir…, luego de ingresar a la Basílica de la Natividad (lugar compartido por tres religiones), con ayuda de la excelente guía que teníamos en Belén, nos dirigimos hacia la Capilla San Jorge y de ahí a las catacumbas de los Santos Inocentes, donde pude observar los pequeños huesos encontrados por arqueólogos, huesos que datan de la época, según señalan las respectivas pruebas aplicadas de carbono; aquel acontecimiento, no pasaría por alto, y luego de inmortalizar algunas capturas fotográficas, me preguntaba cuántos abortos repiten aquella masacre de inocentes en nuestros días… y concluía, lo lejos que estamos aún, como sociedad, de entender lo que significa el Evangelio de Jesucristo y el admirable misterio de su Encarnación…, pues aunque estaba en el lugar de su nacimiento, aquel hecho y la realidad de hoy, me hacían nuevamente adelantar el Calvario.
Luego de almorzar, el Campo de los Pastores nos esperaba y a escasos dos kilómetros del nacimiento, desde una pequeña loma divisábamos el recorrido que tuvieron que hacer aquellos despreciados de la sociedad para ser testigos de la Epifanía; así, al llegar a la capilla que conmemora aquel acontecimiento, encontramos un alegre grupo de árabes que entonaban villancicos, mientras el corazón se preguntaba sobre cómo poder ser los nuevos pastores, para que en el camino de la vida, nos dejemos guiar por la luz de Cristo hasta su presencia salvadora, ofreciendo hoy lo que de nuestro corazón brote…
Finalmente; regresando a la Basílica de la Encarnación, entramos hasta el lugar donde se sitúa la estrella que marca el nacimiento del Mesías (lugar que está bajo la administración ortodoxa) para pasar luego al pesebre (lugar católico) y así ser testigos de aquella narración que coloca el nacimiento de Jesús en un pesebre al fondo de la posada. De ahí, pasamos a la Iglesia de Santa Catalina, bajando a la Gruta de San Jerónimo, lugar importante para nosotros, pues contiene el posible acceso de María y José hacia el pesebre y por ser el lugar en donde San Jerónimo realizó la traducción de la Sagrada Escritura… Así, terminamos aquella jornada, mientras una y otra vez resonaba en mi interior aquel texto: “con todo el orbe pacificado, hace ahora casi 2017 años: Jesucristo Hijo del Padre, del Dios Eterno, queriendo santificar el mundo con su venida, concebido por obra del Espíritu Santo, y pasado los 9 meses de la concepción, nació en Belén de Judá, de la Virgen María hecho hombre. ¡Os anuncio una nueva de gozo! Era aquí, donde sin duda, la luz brilló para todos los pueblos; y nosotros, podíamos decir una vez más: “hoy nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor”.