El cansancio de la jornada anterior, unido al esfuerzo nocturno que se hacía por dejar las primeras constancias de estos relatos, más la ya cercanas dos semanas de intensa actividad por aprovechar hasta el último segundo posible, y sin descuidar en parte la preocupación por la parroquia a mí encomendada y de nuestra querida Radio Sinaí, con algunas intervenciones en vivo o grabadas, a pesar de encontrarme lejos físicamente hablando, hicieron que mi hora de despertar fuera un poco más tarde que los días anteriores, y al abrir las cortinas de la ventana de mi habitación, nuevamente fui impactado por el regalo de Dios al admirar el espectacular sol que nacía sobre la montaña junto al Mar de Galilea, imagen que siempre quedará grabada en mi memoria, imagen que quizá tantas veces contempló Jesús…
Con aquel sol que nos calentaba, muy pronto nos dirigimos rumbo a Tabhga, para visitar esta vez el Primado de Pedro, ahí estuvimos en el templo que se conoce como la Mensa Christi; un altar de los primeros siglos, dedicado a escasos metros del Mar de Galilea (orilla), que recuerda el lugar donde Jesús se le apareció a sus discípulos luego de la Resurrección invitándoles a preparar sus pescados para que comieran…, lugar donde también encomendó la Iglesia al frágil apóstol Pedro…
Este lugar, que por razones de tiempo no se visitó el día anterior, era mágico; era parte de aquellos parajes de Galilea que dejan a uno extasiado…, y mientras todos permanecían en el interior del templo, yo me dirigía caminando sobre una especial playita de pequeños caracoles y conchas, en un silencio absoluto que era sólo tímidamente mezclado con el sonido de mis propios pasos y el somero movimiento del Mar de Galilea, el cual seguía ahí…, como queriéndonos decir que era el único testigo de todo lo extraordinario que junto a él sucedió hace ya casi dos mil años…
Nuevamente, mi mirada se dirigía como queriendo grabar para siempre de manera imperecedera aquel paisaje: agua, pequeñas rocas, caracoles, lejanos montes, sol, paz…, esperanza…; y en mi corazón se formulaba nuevamente el pasaje bíblico que sucedió en aquel sagrado lugar: Pedro ¿me amas?…, Pedro ¿me amas?…, Pedro ¿me quieres?… y pensaba así, que hoy la pregunta se me formulaba a mí personalmente, pues si el Señor me había dejado llegar hasta ese lugar, era para que meditara en su pregunta y como Pedro le respondiera.
Tú lo sabes todo… tú sabes que te quiero… estaba en el lugar del lema de mi ordenación sacerdotal, era aquella frase que encierra tal acto de humildad y confianza, era la frase que describe lo que soy y somos, fragilidad y gracia; era la ocasión propicia, una vez más, de volver hacer vivo tan profundo texto sagrado… y mientras tomaba algunas fotografías, me imaginaba lo que vivió Pedro al ver a Jesús y meditaba cómo su misericordia infinita le alcanzó para confesarlo en tres ocasiones, como en tres ocasiones le había negado…; era ahí, donde el llanto para la noche del canto del gallo se convertía en alegría, donde el pecado era alcanzado por la gracia…
De camino visitamos el Río Jordán, como bien sabemos, los peregrinos son llevados a un lugar donde no precisamente tiene fundamento alguno el hecho, pero si se trata del mismo río donde el maestro fue bautizado… eran las aguas de ese río, las que bañaron a Jesús y en donde Juan Bautista mostró al Mesías… Luego, bordeando el Mar de Galilea, pasamos por las colinas del Golán, lugar donde Jesús curó al endemoniado, al cual liberó expulsando los espíritus a una piara de cerdos… y mientras viajaba en el bus, a muy pocos kilómetros de la frontera con Siria, meditaba en cómo el Señor tiene poder sobre el mal, en cómo Dios siempre ha estado atento a las súplicas de su pueblo y en cómo este viaje me hacía ver una vez más su infinita misericordia…
Posteriormente, nos dirigimos hasta Caná de Galilea; ahí, ocho parejas renovaron sus promesas matrimoniales, entre los cuales se encontraban unos valientes guanacastecos quienes cumplían 50 años de sacramento… Durante la especial celebración, recordé cómo en el matrimonio Dios quiere hacer milagros, pero para ello será necesario tener la actitud de María y poder estar sirviendo para saber cuándo falta el vino del perdón, del amor, de la compresión en la vida de la pareja y de la familia…; como María llamados a creer con una fe tal que sea capaz incluso de mantenerse firmes cuando Jesús parece callar o responder de forma negativa…; pues sólo después de esto, serán testigos de los grandes milagros…, porque el Sacramento del Matrimonio es para el servicio, casados entonces para hacer feliz y santo al otro y en esa medida serlo también ustedes…
Al finalizar aquel momento de oración, descendí a los restos de la edificación de la época de Jesús y luego de pasar por unas tinajas de aquellos años, que nos dan la idea de aquel pasaje bíblico, ingresé nuevamente a la capilla para poner en la presencia de Dios a mis padres y a los matrimonios de mis amigos, a quienes llevo en el corazón…, especialmente, por los que más sufren.
Visiblemente atrasados, debido al espíritu consumidor de la sociedad de hoy, llegamos a Nazareth, la tierra de Jesús. Confieso que estaba internamente un poco inquieto, por sentir que no habíamos hecho todo lo posible por defender lo más importante que teníamos para aquella jornada, la Eucaristía; pero Dios que es siempre bueno, luego de hacer un particular camino entre ventas ambulantes, con media hora de retraso, llegamos al dignísimo lugar de la Basílica de la Anunciación.
Sin duda, Dios estaba de nuestra parte, y a pesar de nuestro retraso, el sacerdote encargado del templo aquella tarde, permitió que pudiéramos ofrecer los sagrados misterios en el mismo altar mayor de aquella Basílica, dedicada al extraordinario misterio de la Anunciación. Puedo decirles que ésta, fue una experiencia magnífica, y mientras me dirigía al altar, llevaba mil pensamientos en mi cabeza, los cuales iban desde la gratitud más especial por lo que estábamos viviendo, hasta las intenciones de tantas personas que en algún momento me habían pedido su oración…
La oración colecta de aquella Eucaristía me dejaba profundamente sensible…, aquella oración rezaba: “aquí, el ángel Gabriel anunció a María que sería la madre del Salvador…”; como es lógico, los textos sagrados me hacían pensar en la respuesta de María… porque Dios nos concede el signo para que creamos…, razón por la cual, decía a mis hermanos peregrinos que con el salmo era preciso decir con María: “aquí estoy para hacer tu voluntad”, y con el evangelio pensaba en cómo el ángel, mensajero de Dios, hace posible que se entable un diálogo que será signo del diálogo de amor que Dios traza con la humanidad… Celebrar ahí, me hacía pensar cuánto me quiere Dios al brindarme estos momentos, y me ponía a reflexionar cómo debo ser mensajero de buenas noticias para todos…
Terminada la Eucaristía, descendí, justo debajo del altar, donde minutos antes había presidido la Eucaristía para estar frente a la casa de María…, y así, aquel lugar santo me hacía una vez más recogerme en profunda oración y pensar en lo que la oración colecta me había dicho… “aquí, el ángel Gabriel anunció a María que sería la madre del Salvador”… y profundamente consternado pensaba que aquel anuncio era la mayor verdad que ha sido comunicada al mundo, pensaba que aquel anunció ahí acontecido se mantenía vivo para nosotros en cada Eucaristía, pensaba que ahí una humilde joven había sido capaz de escuchar a Dios que le hablaba por medio del ángel y me cuestionaba si sería capaz también yo hoy de escucharle… Fue ahí, donde aquellas palabras que siempre me han impactado, calaban aún más profundo al leerlas en la fachada de aquella Basílica: “Verbum caro factvm est et habitavit in nobis” o “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”… ¡Que extraordinaria noticia aconteció ahí para el bien de la humanidad! Pero ¿realmente la hemos creído?
Luego, el guía dejó pasar para mí, uno de los lugares más extraordinarios de aquel sitio…, se trata de la sinagoga, pues como dice el texto sagrado, fue ahí donde: “llegó Jesús a Nazareth, donde se había criado, y según acostumbraba fue el sábado a la sinagoga, se puso de pie entre sus hermanos para leer las escrituras y del profeta Isaías este pasaje proclamó: ‘el espíritu del Señor está sobre mí…’ No se cómo describir todo esto, pero sin duda, sé que Jesús había estado ahí y como ya se lo había dicho a los peregrinos, aunque estos lugares nos hacen admirar tanto aquellos pasajes y quedar impresionados por lo acontecido, no tenemos que envidiarle nada a María o a los de aquel tiempo, pues hoy llevamos a Cristo dentro, porque lo hemos comulgado y su Espíritu Santo nos anima…
El día finalmente terminó en Jerusalén, luego de atravesar el Monte Carmelo, por la tarde hicimos la oración de la bendición hebrea, mientras se cantaba mirando la Ciudad Santa y se brindaba con vino de Caná, contemplando a lo lejos el Monte de los Olivos… Después de aquel momento nos dirigimos a Belén, desde donde escribo mucho de esta síntesis…, pero antes de terminar, no puedo callar un detalle curioso que nos aconteció… y fue precisamente el quedarnos perdidos por unos cuantos minutos sin saber a dónde íbamos y sin tener muy buena comunicación con el conductor por razón del idioma…. Así, aquel detalle que no fue poco, de buscar posada, me hizo pensar en María, y cómo ella también tuvo que buscar posada para dar a luz al Salvador del mundo, justamente en su arribo a Belén…