El breve paso por Jordania nos trajo momentos hermosos, lugares indescriptibles como Petra, oportunidades únicas para el comercio como aquellas que se ofrecen en el centro de mosaicos propiedad de la reina, historias atrayentes poco usuales a nuestros oídos como el hecho de la monarquía, entre otros; pero, aquel jueves 27 de abril, como todos los jueves sería eucarístico, y para nosotros, peregrinos en Tierra Santa, tendría un matiz particular.
Ese día, muy temprano, salimos de aquella ciudad cosmopolita de Amman hacia el Monte Nebo, lugar donde Moisés pudo mirar la Tierra Prometida, luego de transitar por 40 años con el pueblo de Dios en medio del desierto…; y aunque no estaba en mis planes, la misericordia de Dios hizo posible conseguir un espacio para celebrar la Santa Eucaristía en aquel santo monte.
Al ser las 9:00 am, me dirigí con el guía (musulmán) y el sacerdote custodio de aquel templo, hasta la recién abierta y remodelada iglesia que data en sus cimientos, del cuarto siglo de nuestra era. Muy pronto, estábamos celebrando una Eucaristía que tiene mucho significado, el primero en sí mismo y segundo, me convertía en el tercer sacerdote costarricense en presidir los sagrados misterios en aquel lugar tan especial; hecho que me hacía tener especial deferencia hacia mi patria, colocando en el altar de la ofrenda las necesidades de nuestro pueblo.
Las lecturas y la eucología de aquella celebración votiva, nos harían mirar a Moisés y su testimonio para nosotros… Durante la homilía de la misa, reflexioné que estamos llamados a una vocación celeste, como lo indica la primera lectura de Hebreos, y para ello no podemos olvidar que en medio de nuestras fragilidades y de las vicisitudes de la vida, Dios así como acompañó y cuidó del pueblo del Antiguo Testamento alimentándole con maná, hoy nos sigue alimentando con el Pan de Vida Eterna. Y me cuestionaba, si hoy nosotros le estamos dando a esta dimensión salvífica su real importancia.
Puedo confesarles, que sentí una paz indescriptible mientras celebraba en aquel paradigmático lugar, y para mis adentros me decía: Señor, tú lo sabes todo…, tú sabes que te quiero…, tú sabes que como Moisés hemos fallado, la fragilidad me acompaña, pero quiero ver lo prometido, hazme como Moisés tener fe para mirar aunque sea de lejos tu grandeza…, permítame la fuerza de Moisés para saber esperar y superar los obstáculos, concédeme la gracia de caminar sin desesperarme en las empinadas cuestas de la vida…; pues, aunque quizá muchas veces, no seremos juzgados dignos de ver con los ojos del mundo, podamos aguardemos con esperanza la perfecta contemplación divina… nuestro gran y único premio.
Así, luego de mirar la Tierra Prometida desde aquel mágico lugar en donde estuvo Moisés, donde la vista parece no agotarse y donde el corazón te hace aflorar los más variados sentimientos de fe y confianza…, viajamos plácidamente atravesando el Valle del Jordán hasta llegar a la frontera con Israel; y realizados los trámites migratorios, continuamos nuestro itinerario hasta la ciudad de Tiberias, para descansar junto al mismo Lago de Galilea, donde el día siguiente tendríamos una experiencia de fe.