El nuevo mes, el mes dedicado a la Virgen María dio inicio con la visita al Monte Sion; luego de una breve estancia en la tumba del Rey David, nos dirigimos subiendo unas rústicas escaleras a un sitio que personalmente me dejaría bastante impactado; en el evangelio de Marcos 14, 14-15, se lee: “¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer con mis discípulos la cena de pascua? Él os mostrará una sala en el piso de arriba, grande, alfombrada y dispuesta”…, de pronto, tomaba conciencia que estábamos en la sala del Cenáculo, en el lugar que Jesús pidió para comer la cena con los suyos…, una sala simple, en el segundo piso como lo describe la Sagrada Escritura, lugar que en la actualidad administra el gobierno israelí…, un lugar que al mirar al piso (propio de la época) me hizo pensar que acá estuvo Jesús, y acá fue donde resonó para toda la humanidad y para siempre, aquellas palabras tan dichosas: este es mi Cuerpo que se entrega, esta es mi Sangre que se derrama… ¡Impactante!
Describo aquel lugar como una sala de roca fría, solitaria pues en su interior sólo se haya una obra de olivo en bronce obsequio de San Juan Pablo II…, y recordaba aquella reflexión del Padre Moschetta, quien señala aquel momento eucarístico como el entrelazarse del mayor misterio de amor de Jesús por nosotros en el sacrificio por su entrega y el mayor misterio de odio de la humanidad en Judas con la traición por la entrega… Y queriéndome dejar unas fotografías, pensaba en el extraordinario hecho que ahí había acontecido…, hecho que me hacía exclamar gratitud infinita ante tal condescendencia de Dios para con nosotros.
Más gratitud brotaría, cuando minutos después, en la capilla más cercana a aquél lugar (escasos metros) presidí nuevamente la Eucaristía, y gracias al misterio se volvió actualizar aquel único memorial y sacrificio…, no sé cómo describir aquel momento, en un altar frío y una capilla totalmente blanca, ubicada entre un rosal que habla de Dios… Fue ahí, lo más cerca posible del cenáculo, donde se volvió a escuchar aquellas palabras de Jesús, resonaron nuevamente en favor de la humanidad misma…, y las extraordinarias palabras que Jesús pronunció aquella noche, esta vez eran pronunciadas por este pecador que escribe…: esto es mi Cuerpo… esta es mi Sangre… y al arrodillarme pensaba, que una vez más estoy llamado a sacrificarme como Jesús por el pueblo… entregando mi propia carne y sangre en favor de todos…
Durante la misa, pedí al pueblo orar por los sacerdotes, frágiles humanos alcanzados sólo por la gracia de Dios y llamados a llevar un don que en todo supera nuestra capacidad…, sólo así quedaba claramente demostrado que este gran tesoro, es algo que llevamos en pobres y limitadas vasijas de barro…; también, recordé que podemos ser Judas, uno de los que está comiendo conmigo dirá el Señor, por eso debemos orar unos por otros, para que ahí en la Eucaristía, nos dejemos transformar por Él…; finalmente, aproveché el momento para renovar mis promesas sacerdotales, diciendo la fórmula que aquel lugar propone: seguidor de Cristo, cabeza y pastor, sin pretender los bienes temporales, movido únicamente por el celo de los fieles a mí encomendados… y en mi mente repetía una y otra vez, Señor concédame esta gracia, que mi fragilidad humana tan débil pierde con facilidad, y permítame servirte con amor y santidad…
Seguidamente, visitamos la Iglesia de la Dormición, un lugar destinado para el culto a la Virgen María, lugar moderno creado por los alemanes, donde realizamos un canto mariano y donde expresamos nuestro respeto y fe a la Madre de cielo y tierra. Después, caminamos hacia el Muro de los Lamentos, ahí ingresé con paso firme y lento bajo un imperante sol que sentía quemarme…, en mi pensamiento estaba la celebración del Viernes Santo, la oración por el pueblo judío y comprendiendo su pensar, me uní en oración frente al Muro, recordando el recorrido peregrinante de los papas… y del mismo Jesús.
Luego, nos dirigimos a un lugar que aunque ignoraba su existencia me impactó, el Museo del Genocidio de Judíos; ahí, el guía (judío también) fue relatando paso a paso la masacre y la historia del genocidio cometido por los Nazi contra sus antepasados…, un relato que sin duda marcó a la humanidad…, las imágenes reales de la época, algunos trajes y calzados de los fallecidos, además de los restos de riel o vagones fueron hablando por sí mismos hasta el final de la tenue sala…; este lugar es indescriptible, mis ojos contemplaban aquella crueldad innombrable y mi mente quedaba atónita ante el panorama, mientras mi corazón quería encontrar una respuesta que nunca tendrá…
Al final, procediendo a firmar el libro de visita, recordé al Papa Francisco y dejaba constancia diciendo: Señor, perdón…; no tuve más palabras que escribir…, y el silencio fue el acompañante de mi recorrido. Aquello fue algo sin nombre, pero mi dolor aumenta al saber que en la actualidad el genocidio se sigue repitiendo muy cerca de aquí, en Siria, Egipto y otros lugares…, y silenciosamente en tantos abortados. Aquel viaje se terminó en un cuarto oscuro, lleno de débiles luceros multiplicados por vidrios que hacen pensar que se camina entre miles de estrellas…, las cuales representan a los niños asesinados en el genocidio judío… mientras en el fondo se escucha por siempre el nombre de aquellos masacrados niños con su nacionalidad…
Así, nos dirigimos al hotel, sería mi tercera y última noche en Belén, así que terminé mi estadía rezando el rosario, contemplando el misterio tan grande de la Encarnación, recordando que gracias a esta generosidad divina, como lo dije en la Eucaristía de hoy: la carne adquirió sentido pleno, pues en la Carne de Cristo hay más gracia que desgracia en la mía, hay más vida en Cristo que muerte en mí, hay más esperanza en la Carne de Cristo que desilusión en la mía… y por ende la naturaleza humana alcanzó plenitud y salvación para siempre…