El martes 2 de mayo, entrando por la Puerta de los Leones o San Esteban, iniciábamos el camino que nos llevaría por la Vía Dolorosa, fue así como a los pocos minutos estábamos en el mismo lugar donde el Señor inició el recorrido de la Cruz…; esta experiencia, me ayudó para comprender que nuestras celebraciones no deben ser extensas como diciendo que por lejanía es mejor oración, pues paradójicamente el recorrido de Jesús es muy breve, y aunque la intensión fue poder rezar el Vía Crucis, muy pronto constaté que era algo imposible, pues entre turistas y vendedores…, cantos, gritos y pequeños chapulines, carretones y productos… era casi un sueño decir que estábamos orando…
Aunque el ambiente no me permitió reflexionar como hubiera deseado sobre aquel lugar, hay un detalle que me llamó poderosamente la atención, la tercera y la cuarta estación están tan cerca, que serán sumo unos cinco metros de distancia…, un detalle que aunque trivial, me parecía tener gran sentido…, pues si la tercera estación es la primera caída de Jesús y la cuarta estación es el encuentro de Jesús con su madre, entonces podemos concluir que María siempre está cerca de los que han caído…, María siempre estará consolándonos ante el dolor de nuestras debilidades y tropiezos, para ofrecernos como buena Madre siempre su confortable regazo y cariño…; quizá, esta fue la parte del camino que más me acarició el alma, poder comprender que en verdad, la Madre del cielo y tierra está a nuestro lado… pues si lo hizo con su Hijo, cuánto más lo hará con nosotros frágiles pecadores… Aquel camino, me enseñó también que esta oración no se trata de grandes representaciones o show de cartelera, sino de profundo silencio para comprender el misterio…
Interrumpiendo la vía en la décima estación, nos dirigimos a la celebración eucarística al ser las 10:00 am; sería la última misa que presidiría en la Tierra Santa, esta vez junto al Santo Sepulcro, junto a la tumba vacía de Jesús… Una vez más, el Señor me concedía la gracia de contemplar en el misterio, verdad de fe que nos abre las puertas del cielo, y en una capilla de completa roca, nuevamente se actualizó el misterio central de nuestra fe, el formulario votivo a utilizar nos hacía recordar la Secuencia de Pascua: venid a Galilea, allí el Señor aguarda, allí veréis los suyos la gloria de la Pascua… rey vencedor apiádate de la miseria humana y danos a todos parte en tu victoria santa…
Durante la homilía, reflexioné en la necesidad de ser testigos de lo que aquí sucedió, Cristo murió y resucitó, de ahí que todos seamos llamados a la noble misión de ser testigos de la Vida, testigos como aquellas valientes mujeres que fueron aprisa para anunciarlo, incluso cuando los discípulos no creyeron… testigos de que la tumba está vacía, testigos de que en la Eucaristía se hace presente el que está vivo y da Vida, testigos de la Resurrección de Cristo y de la vida en cada uno de nosotros… La celebración eucarística en aquel lugar de la muerte, me hacía pensar en la Resurrección, y esto me llevaba a recordar, que la muerte ha sido vencida, y que por siempre Jesús, la Vida y el Bien triunfarán.
Al finalizar aquella particular celebración, nos dirigimos a continuar el camino de la Cruz, sinceramente poco fructífero quizá por el número de peregrinos; sin embargo, luego de una hora y minutos pudimos estar en el sepulcro y contemplar la tumba vacía… pasando antes por el Gólgota. Luego, viajamos en bus hasta otro lugar que recuerda un momento importante de nuestra fe, la Ascensión del Señor a los Cielos, en terreno musulmán y junto a una mezquita, los cristianos recordamos aquel momento sucedido cuarenta días después de la Resurrección…; con toda sinceridad les confieso, que quizá por las condiciones del lugar, aquel sitio me pareció más comercio que realidad espiritual… y prefiero quedarme con la gran verdad de fe: algo de nuestra naturaleza humana ya está en el cielo, y el mismo movimiento que ha tenido la Cabeza, que es Cristo, ha de ser el de los miembros de este cuerpo, que es la Iglesia.
De ahí, nos dirigimos caminando hasta la Gruta del Padre Nuestro, lugar donde Jesús enseñó a sus discípulos a orar…, al entrar en aquella gruta, mi pensamiento se fue al Evangelio y pensé en todo lo que el Señor nos ha querido heredar con esta profunda oración y meditaba cómo esta plegaria no puede terminar banalizándose con el trascurrir del tiempo, sino que ha de ser renovada con especial fervor cada mañana… y frente al mosaico decía: Padre Nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre…
Y haciendo el recorrido de Hossana, el Monte de los Olivos sería nuestro escenario para que como Jesús pudiéramos contemplar Jerusalén y meditar cómo Él miró y lamentó la destrucción de aquella ciudad…, momento que es conmemorado en lo alto del monte, por medio de la capilla del Dominus Flevit. Seguidamente, descendimos por la empinada calzada pudiendo entre los árboles capturar por medio del lente fotográfico un cuervo, que me hizo pensar en las películas de la Pasión…, y casi al final de aquel descenso, muy cerca de la entrada mesiánica, de la muralla que da a lo que fue el templo, estaba ante mis ojos impactados el mismo Huerto de Getsemaní…
Los olivos de la época, a los que se le han aplicado pruebas de carbono, parecían ser testigos en el silencio de lo que aconteció en aquel lugar…, estaba en el sitio donde Jesús experimenta una de sus mayores tristezas, estaba en el lugar donde les dijo oren conmigo…, estaba en el sitio donde les reclamó ¿no han podido velar una hora conmigo?, estaba en el lugar donde les recordó que la carne es débil…, estaba en el sitio donde les dijo: levántense, vamos, ya está cerca el que me entrega…; y todo esto, me hacía pensar cuántas veces he hecho repetir la historia con mis pecados…, y de rodillas ante la piedra, elevaba una oración pidiendo perdón a Dios por mí y por la humanidad entera…
De aquella oscura capilla, creada arquitectónicamente con este sentido de penumbra, nos dirigimos hasta la fría y cruel Gruta de la Traición…, de aquella roca nace una capilla de la cual emana un silencio ensordecedor…, aquel era el lugar de la paradójica entrega…, era el lugar de la lapidaria frase de Jesús: amigo ¿a qué vienes?…, era el lugar del beso traicionero…, era el lugar en donde confluyen los dos grandes misterios de entrega, la del odio en Judas, y la más grande y prometedora entrega de amor de Jesús por nosotros, entrega que a todos salva… Ahí, sólo el silencio me acompañó… y mientras mis ojos absortos contemplaban el sitio, mi corazón parecía haberse detenido para siempre…
Al llegar al final de los relatos de aquella peregrinación en la tierra bendita de Jesús, les comparto que el día siguiente viajamos atravesando Jericó, ciudad donde se conserva un lugar que recuerda aquella conversión de Zaqueo, hecho que me hacía pensar en las mil maneras que el Señor nos ofrece para que venciendo las limitaciones podamos estar con Él…, recordando que todo camino de conversión siempre tendrá efectos de bondad para todos, como sucedió en aquella época. Aquel viaje, nos llevó a conocer Masada, para contemplar desde las alturas el desierto aledaño y el Mar Muerto, lugar donde posteriormente algunos flotaron en sus particulares aguas.
Así, llegó el día jueves 4 de mayo, día de descanso, día en que decido quedarme en el hotel… escribiendo y contemplando…, agradeciendo a Dios por tanto que se vivió, por tantos sentimientos que incluso han escapado al tintero, pero que sin duda se llevarán por siempre en el recuerdo…. Y me pregunté una y otra vez: ¿Qué quiere Dios de mí? Algunos me han preguntado si volveré a estas tierras, abiertamente he dicho que no; sin embargo, me cuestiono que estará tejiendo Dios en mi vida con todos estos acontecimientos y desde Jerusalén me entrego una vez más a tu plan misterioso y salvífico, pues sólo Dios sabe qué quiere de cada uno de nosotros…, pues como bien dijo el dueño de la agencia: “ser peregrinos de Jerusalén nos hará comprometernos a no enfocarnos en lo adverso, a llevar la Cruz con dignidad sin derrotarse y a convencer con la Verdad, que es Jesucristo”.
Me despido agradecido con Juan José Vargas Fallas, quien por inspiración divina, tuvo a bien concederme la oportunidad de hacer esta experiencia de fe; agradecido con mis superiores por brindarme el tiempo suficiente para hacer esta peregrinación; agradecido con los hermanos y hermanas de viaje, por formar en estos días una comunidad a quienes consideré los fieles a mí encomendados; y a Dios, por permitirme servirles, compartiendo con todos ustedes esta experiencia de Radio Sinaí 103.9 FM, peregrina en Tierra Santa.