En esta oportunidad, quisimos acercarnos para conocer el testimonio de un sacerdote que por varios años estuvo al frente del cuidado de la casa de la Madre y Patrona de Costa Rica; el Padre Jorge Eddie Solórzano Coto, sacerdote de la Diócesis de Cartago, nos contó que es originario de Curridabat, realizó sus estudios en Hatillo y muy pronto ingresó al Seminario Mayor, en aquel año de 1983 que caló en la historia patria por la visita del hoy, San Juan Pablo II.
A sus 31 años de sacerdocio se siente realizado, y precisa que ésta es “una experiencia hermosa, por cuanto mi vocación nació en la parroquia, creo que motivado por muchos laicos que miraba yo con que anhelo y cariño daban lo mejor de ellos, y de sacerdotes que de forma tan desinteresada acompañaban a las comunidades. A lo largo de mi vida, doy gracias a Dios por ese don”, precisó el clérigo.
No duda en señalar, que la figura de María, siempre tuvo y ha tenido un lugar muy especial, “creo que la primera referencia en mi vida fue mi madre, una mujer de mucha fe y una mujer que siempre, siempre en sus manos empuñó un rosario, alguien que, hasta el último momento de su vida, la invocó”, precisó Solórzano con especial afecto. Para él, solo una madre puede comprender la esencia de la Virgen Santísima, pues las madres tienen esa virtud particular de ir a lo profundo, de ver más allá, incluso en las más fuertes pruebas; entonces, “la Virgen María para mí siempre ha sido la que me sostiene, la que me anima, la mamá que siempre impulsa y que te dice: ánimo, tú puedes, no tengas miedo, y siempre conduciéndonos a Jesús”, apuntó.
Comenta el Padre Jorge Eddie, en entrevista a Radio Sinaí 103.9 FM, que poco antes de su nombramiento como rector de la Basílica de los Ángeles a finales del 2004, había viajado a Lourdes en Francia, concretamente al Santuario de Fátima; y ahí, había participado del Rosario de las Antorchas, experiencia de fe donde los creyentes participan con velas y llevan a los enfermos hasta los pies de la Virgen. Así que, con su llegada, quiso confirmar el deseo que había tenido en su corazón, razón por la cual, desde aquellos años se celebra y ora con el Santo Rosario al atardecer del 2 de agosto, llevando velas en las manos entorno a la Negrita de los Ángeles.
Recuerdos son muchos, pero entre los que más marcaron, está la visita al Hospital Nacional de Niños y al San Juan de Dios. “En el Hospital de Niños fue impresionante, los gestos, los momentos; a veces entrábamos a una sala y se hacía un silencio profundo, las mamás que estaban con los niños se acercaban a mirar la imagen…, la actitud del personal médico, enfermería, de aseo, de seguridad. Cómo todos, de una u otra manera, contribuyeron para que aquel fuera un momento de Dios, un momento en el que simple y sencillamente pasa alguien especial. Los que están en el hospital, si hay algo que desean siempre es el cariño, porque lo necesitan, no solamente es el medicamento, la cura, ciertamente. Sentir el afecto, el cariño, el aprecio, sentir que no son un número, un paciente más; sino, sentirse persona, tomados en cuenta”, recordó el sacerdote de manera muy atinada, más aún hoy, cuando en nuestro país tenemos tantas personas que sufren la enfermedad.
Y es que, “una de las cosas que uno valora de la gente, del pueblo, es que miran en la figura materna aquella que consuela, la mamá no siempre tiene todas las soluciones, pero consuela, anima, motiva; y creo que en este sentido, definitivamente, en el caso de la Virgen Santísima, vemos eso, una figura que se vuelve en la amiga permanente de nosotros”, acotó el religioso. “No se mira a la Virgen, solamente como la que resuelve, sino la que da la mano en los momentos más críticos”, preciso Solórzano.
Y de este sentimiento y comprensión hacia María como madre, guarda un particular recuerdo vivido, una enseñanza de la fe del pueblo. Nos dice, “tengo una imagen que no olvido, de un joven que se extravió, y su madre llegó; cuando me enteré que estaba en la Basílica, le dije que subiera al altar para que la viera un poquito más cerca, y entonces estando ahí, me puse a rezar con ella, y ella mirando la imagen le decía: Madre Santísima, no sé si mi hijo vive, no sé si mi hijo está muerto, pero si vive te pido que me ayudes a encontrarlo, si ha muerto tú eres Madre, tú has tenido en tus brazos a tu Hijo muerto, te pido que lo tomes y lo lleves a Jesús, te pido que lo guíes, lo conduzcas al premio que él se merece. Esa oración a mí me impresiona mucho, porque repito, es la oración de una madre, pero una madre que sabe que la única que puede comprender a fondo es otra madre, y una madre que ha perdido también a su Hijo; entonces, yo creo que son de esas experiencias que te marcan y que te enseñen a descubrir el valor del católico, el católico que no se deja vencer, que no mira en la Virgen Santísima ningún tipo de fetiche o superstición; sino que con la madurez del caso, mira a la mujer creyente, la mujer de la esperanza, la mujer que enfrenta la realidad, la mujer que asume su historia, no la que evade o huye”.
Ante la pandemia, y por ande ante la imposibilidad de realizar la romería, recuerda que es la misma Iglesia la que en esta ocasión con gran responsabilidad hace un llamado a evitar toda acción que ponga en riesgo la salud, por eso piensa que “lo mejor es asumir desde nuestras casas, una actitud de responsabilidad de que, si amo a mi hermano, a mi familia, a mi comunidad, es una realidad que me tiene que llevar a ser responsable y tratar de no arriesgar la salud y la integridad de nadie, es un llamado a rezar desde sus casas, desde sus hogares. Ustedes pueden ofrecer su compromiso, su promesa, su acción de gracias. Ya habrá un momento para volver. Mostrémonos todos muy responsables, ante una necesidad de no arriesgar, ante una situación que a todos nos ha afectado”, precisó.
Finalmente, el Padre Jorge Eddie, con la historia de vida vivida en el Santuario durante los años en que fue Rector, y en medio de esta pandemia actual, nos hace un llamado a la confianza y a la serenidad, y nos recuerda: “el profeta Elías huye ante la persecución y las acusaciones, curiosamente los textos nos muestran cómo se encuentra él con el Señor, y no fue en el viento huracanado, no fue en el terremoto, no fue en el fuego, fue en el susurro del viento, en la brisa del viento; es decir, en lo más sencillo, en lo más simple fue donde el Señor se mostró y le dio otra vez fuerza al profeta. No busquemos al Señor en lo extraordinario sino en lo ordinario, en lo cotidiano que todos tenemos, contemplemos al Dios que te habla en el niño, en el padre, en la madre, en el hermano, en el esposo, en la esposa, es el Dios que te habla en el que ha perdido el trabajo, es el Dios que te habla en el que no tiene alimento, es el Dios que te habla en el que está enfermo. Cuando muchos preguntan, ¿Y dónde está Dios? Dios está casualmente en el enfermo, Dios está en el que está agonizando, Dios está en ese médico que está dando lo mejor, en esa enfermera, en ese auxiliar, Dios está en ese que hace la limpieza en el hospital, Dios está en el policía que vela por la seguridad, en el que recoge la basura, Dios está en los rostros que a veces no imaginamos y no contemplamos, ahí está Dios; pero, se nos han olvidado las mismas palabras de Jesús: Él está en los pequeños, lo que han hecho con uno de los pequeños, lo han hecho conmigo”.
“Entonces, creo que cuando miramos a tantas personas en estos rostros nos damos cuenta que vale la pena seguir adelante, vale la pena luchar por el país, orar por el país, comprometernos por el país; algunos se gastan y se desgastan por un proyecto político, algunos se gastan y se desgastan por alcanzar fama, poder y control, y no se dan cuenta que todo eso pasa, todo eso pasa; los más poderosos que han existido en el mundo han desaparecido, no están. Pero en la memoria de los pueblos siempre quedan aquellos que han dado lo mejor por la patria, pensemos por un momento en los que son beneméritos. ¿Por qué son beneméritos de la patria? ¿Qué hicieron? Entonces, ojalá que nosotros, aún y cuando no lleguemos a ser beneméritos de la patria, seamos grandes hijos de Dios, que supimos amar y supimos comprometernos, y dar lo mejor de nosotros al servicio de los hermanos… Que nuestra Madre Santísima sea siempre el amparo, el consuelo de cada uno… Sean humildes, la pandemia nos ha enseñado a ser humildes, a darnos cuenta que no tenemos el control, cuando nos habíamos olvidado de muchas cosas, es el momento de hacernos pequeños y decirle al Señor: ayúdanos, ayúdanos con tu gracia”, recalcó.