La misericordia tiene muchos rostros que representan su belleza, dos de ellos son la liturgia y el testimonio, afirmó el Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Mons. Rino Fisichella, durante la primera conferencia del Jubileo Extraordinario de la Misericordia en el Continente Americano que se realiza en Bogotá (Colombia).
Ante sacerdotes, religiosos, laicos, cardenales y obispos presentes, el prelado –que ha sido profesor en la Pontificia Universidad Gregoriana de varios de ellos– aseguró que “este es el tiempo de la misericordia” y que, tal como explicó el papa Francisco, “no es un tiempo para estar distraídos, sino al contrario para permanecer alerta y despertar en nosotros la capacidad de ver lo esencial”. “Es el tiempo para que la Iglesia redescubra el sentido de la misión que el Señor le ha confiado el día de Pascua: ser signo e instrumento de la misericordia del Padre”, afirmó.
Mons. Fisichella explicó que eligió, entre los muchos rostros que representan la belleza de la misericordia, la liturgia y el testimonio, porque en el primero “se capta la verdad profunda de la misericordia como esencia de la Trinidad”, y el segundo muestra “la vida de los creyentes”, que como el corazón inquieto del que habla San Agustín, no se queda tranquilo hasta verse “convertido en instrumento de misericordia”.
Sobre la liturgia eucarística, señaló que “desde el inicio hasta el final, la misericordia constituye la referencia constante para entrar purificados y vivir dignamente la celebración de los sagrados misterios”. “La Eucaristía nos acerca siempre a aquel amor que es más fuerte que la muerte”, señaló, mientras que “es el sacramento de la penitencia o reconciliación el que allana el camino a cada uno, incluso cuando se siente bajo el peso de grandes culpas”.
Así, citando la Misericordiae vultus del papa Francisco, Mons. Fisichella afirmó que cada vez que alguien tenga necesidad del “gran río de la misericordia”, podrá acudir a ella porque “la misericordia de Dios no tiene fin”. “El tiempo litúrgico es entonces, con toda razón, el tiempo de la misericordia”, aseguró.
Luego, al abordar “la misericordia como testimonio”, Mons. Fisichella advirtió de la tentación “de encerrarse en sí mismo, en la indiferencia y en el cansancio”. Sin embargo, también recordó las palabras del Sumo Pontífice que, como provocación a la vida de fe, señala que “dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia”.
“La presencia activa del creyente requiere estar permeada por la misericordia con la cual profesa la fe, que lo hace discípulo de Cristo; con la que pone de manifiesto el amor, que lo incita al obrar; con la que proclama la esperanza, que le permite estar siempre en camino hacia el cumplimiento de la promesa. Las palabras del Papa Francisco deben interpretarse como el trazado de un itinerario”, indicó.
Mons. Fisichella invitó a dar voz y forma a la fecundidad de la misericordia, descubriendo e inventando nuevas obras de misericordia corporales y espirituales. “Esta es una obligación para la Iglesia porque, al hacerlo, ella puede comprenderse realmente inserta en la historia que vive y en la que está llamada a ser ‘signo e instrumento’ de la misericordia del Padre”, señaló.
Finalmente, propuso que concluido el Año Santo de la Misericordia, “la mirada después del 20 de noviembre deberá ser capaz de seguir considerando la misericordia como el lugar privilegiado en donde es posible hacer la experiencia de la fe que se reaviva, de la esperanza que se refuerza y de la caridad que no se fatiga”.
Enseguida de la conferencia de Mons. Fisichella, se dio paso a un fecundo diálogo con los participantes que, posteriormente, continuó en grupos de trabajo donde se compartió en torno a las exigencias y a los desafíos para vivir en la Iglesia y en la sociedad este tiempo de la misericordia.
En la primera jornada de la celebración del Jubileo Extraordinario de la Misericordia en el Continente Americano ya se vislumbra cómo “desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia” (Papa Francisco).