Este domingo 27 de octubre, el Centro Don Bosco, como todos los domingos, se llenó de vida, color y esperanza mediante la presencia de cientos de salesianos, niños, jóvenes y adultos que, engalanaron la llamada Casa de la Alegría.
Una tarde soleada, con presencia de una ligera llovizna cual bendición del cielo, era el marco de llegada para propios y vecinos que tras el paso de cada minuto abarrotaban las instalaciones, y bastó tan sólo dar unos pasos al interno de aquel recinto, para sentir el calor y la fraternidad de los seguidores del santo Bosco.
Estando al punto todo lo preparado para aquel especial encuentro, dio inicio una alegre Eucaristía, que ya el canto introducía; y minutos más tarde, el mismo P. Jean Paul Bethancourt Abrahams, destacado en esta Casa, dio su particular recibimiento a quienes estábamos de visita, haciéndolo de tal manera que de inmediato nos hicieron sentir en casa.
En la homilía, Mons. Juan Miguel Castro Rojas, Obispo Diocesano de San Isidro, recordó que “cada vez que escuchamos la Palabra de Dios, nuestro oído y nuestro corazón tienen que estar muy dispuestos para poder atender, para poder acoger y sobre todo para poder hacer vida esa Palabra”, y tomando como imagen el llanto de un hijo que es interpretado por sus padres, y estos saben que es una forma de comunicarse, el prelado precisó que así igualmente, “el ciego del Evangelio empieza a gritar, como este niño que llora, así empieza a gritar: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”.
“Cuando gritamos al Señor, cuando le oramos con palabras salidas de lo más hondo de nuestro corazón, Jesús se detiene, Jesús nos escucha, Jesús nos acoge”, puntualizó el Obispo Castro. Ante esta actitud de Dios, nosotros como el ciego, lo primero que debemos hacer es “dejar el manto, así nos dice la Palabra, deja el manto tirado, el manto es signo de seguridad, es donde le depositaban las contribuciones que él pedía, es con el que se cubría del frío que podía pasar, él deja a un lado su seguridad, porque para irse a encontrar con Jesús es necesario dejar la vida pasada, ese manto signo de la vida pasada”.
“Gritémosle al Señor, ese grito en la oración: Señor libérame de este vicio, Señor dame fuerza para vencer las tentaciones que se me presentan, Señor ayúdame a transformar nuestro corazón, Señor ayúdame a tener más amor, ayúdame a perdonar a mis hermanos, ayúdame a hacer una persona de bien. Hermanos, cuando nos arrodillamos de frente a Jesús con un corazón humilde y sencillo, con una fe como la de ese ciego Bartimeo, hermanos no hay duda que cualquier situación en la vida se va a transformar porque el Señor está atento para ayudarnos”, dijo Castro Rojas.
Finalmente, casi al concluir la misa, se vivió un emotivo momento, cuando el prelado procedió a bendecir la imagen de San Juan Bosco, padre de la juventud y que, desde ahora, gracias a la donación de un benefactor anónimo, presidirá los encuentros y acompañará como el feliz recuerdo de quien alcanzó la santidad entre los jóvenes de su tiempo, y que nos interpela hoy a nosotros a seguir dejando huella.
Así, la tarde en el Centro Don Bosco nos habló de lo vivo que está la juventud, de lo vivo que está la familia y de lo vivo que está el carisma salesiano en nuestro querido Sur del país; porque en una sola celebración, palpar a los adultos acompañar a sus hijos es satisfactorio, mirar a los jóvenes comprometidos es una victoria, escuchar la proclamación de la Palabra por parte de los niños es esperanzador, y dejarse abrazar por la cálida voz de los más pequeños que entre el coro sobresalían es una completa bendición. Dios bendiga el carisma salesiano.