El Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL), cardenal Marc Ouellet, exhortó a la Iglesia en América a ser sacramento de misericordia en el continente. Para ello recordó su historia evangelizadora de la mano de la Virgen de Guadalupe, junto a los santos y a los mártires, y animó a las familias y los laicos a ser testimonio cristiano en la vida pública.
El llamado del purpurado se produjo en el ámbito del segundo día del Jubileo Extraordinario de la Misericordia en el Continente Americano, que se celebra en Bogotá (Colombia), del 27 al 30 de agosto, durante su conferencia sobre “La Iglesia, sacramento de la misericordia en América”, la segunda de cuatro previstas para la celebración jubilar continental.
En su intervención, dividida en tres partes –sugestivamente denominadas: el despegue, la travesía y el descenso–, el cardenal Ouellet destacó que todo el continente esté unido bajo una misma fe, sin embargo, cuestionó “¿de qué manera la Iglesia católica puede testimoniar mejor la misericordia al interior de nuestras sociedades que siendo ricas de historia y de valores religiosos, permanecen sin embargo marcadas por la miseria, la injusticia, la corrupción y la secularización?”.
Para responder a esta pregunta, el presidente de la CAL hizo un recorrido por la historia evangelizadora del continente, para luego precisar “el sentido de la sacramentalidad de la Iglesia con su dimensión misionera”, y concluir “con algunas consideraciones pastorales que tienen el propósito de estimular nuestro testimonio continental de la misericordia”.
Este jubileo continental, afirmó, ofrece la ocasión de “evocar la fe de nuestros padres, de retomar el valor de nuestros mártires” y la caridad de los santos que difundieron el Evangelio, cosas dignas como “la epopeya misionera que atravesó el continente con la llegada de los europeos, pero que despegó verdaderamente con las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe a San Juan Diego sobre la colina del Tepeyac”.
En ese sentido, el purpurado recordó el viaje del papa Francisco a México, en febrero pasado, donde se recogió en silencio ante Nuestra Señora de Guadalupe. La fe del pueblo mexicano, cuya sangre derramada durante la persecución multiplicó vocaciones y ha convertido a perseguidores, “¿no es un gran signo de la Iglesia, Sacramento de la Misericordia?”, preguntó.
Además, recordó los viajes apostólicos de Francisco a Brasil, Bolivia, Ecuador, Paraguay y otros más, donde se dieron grandes encuentros que “muestran concretamente a la Iglesia en estado de misión, la Iglesia, sacramento de la misericordia, por su testimonio de Esperanza y de alegría”.
Sin embargo, el cardenal Oullet advirtió que “la dificultad hoy es que ya no se sabe bien lo que es la gracia, y en consecuencia no se comprende bien qué es un sacramento de la gracia”, producto de las culturas secularizadas de esta época que han vuelto “hermético” el lenguaje cristiano. “Incluso, la noción de salvación es tan nebulosa como la de la gracia, siendo otra categoría olvidada en nuestros días”.
Ante ello, el presidente de la CAL llamó a retornar a “la fuente de la gracia y de la Iglesia”, que es el bautismo “que Jesús le ha dejado en el momento de su partida de este mundo”, para que sus discípulos vayan y evangelicen a todas las naciones. Asimismo, al abordar la importancia de la Eucaristía, señaló que Cristo es el “primer sacramento de la misericordia”. Su cuerpo muerto y resucitado es por excelencia “el signo y el instrumento visible de la comunicación de la vida divina a la humanidad” y de ahí proviene “la nobleza incomparable de la celebración eucarística”. Por ello, exhortó a promover y sostener la Eucaristía con “una catequesis adecuada y una cuidadosa predicación en la vida ordinaria”, junto a las celebraciones de adoración y congresos eucarísticos “que destacan su valor como la fuente y el culmen de la vida y de la actividad de la Iglesia”.
“En síntesis, toda la sacramentalidad de la Iglesia emana del bautismo, de la Eucaristía y de los otros sacramentos en vista de un solo propósito: extender la filiación divina de los hijos de Dios, difundir la comunión del Espíritu del Padre y del Hijo, participar en la naturaleza divina que no es más que Amor y Misericordia”, afirmó.
En ese sentido pidió no limitar la divina misericordia al perdón de los pecados, pues va más allá al comunicar el Espíritu de Dios a los bautizados y darles “la fuerza y el valor para ofrecer un auténtico testimonio”. Además exhortó a la “práctica generosa de las obras de misericordia”, pues no es, “en primer lugar, por sermones moralizadores que somos movidos a la misericordia, sino por una toma de consciencia teologal de nuestra condición de hijos e hijas del Padre misericordioso”.
En su intervención, también se refirió a la familia, la iglesia doméstica que enfrenta “una sufrida realidad en nuestros días, pero que permanece llena de esperanza” y nutre a la Iglesia con vocaciones. “La familia es, ciertamente, la primera escuela de humanidad”. Estas iglesias domésticas “son una riqueza extraordinaria para la evangelización, un recurso aún muy poco reconocido y explotado”, señaló.
Por otra parte, el presidente de la CAL también hizo una particular mención a las numerosas Comunidades de Base en el continente, a las que considera “oasis de misericordia”, “que se construyen en torno a la Palabra de Dios, meditada, compartida y vivida”, reconociendo que “toda la América está llena de estas comunidades de base, animadas por los catequistas o por delegados de la Palabra, que son un sinnúmero de estrellas brillantes en la noche de la indiferencia religiosa”. Así también, “su presencia capilar refuerza la sacramentalidad de la Iglesia en América. Su amor por la Palabra de Dios, alimentado tan frecuentemente como sea posible por la comunión eucarística, representa un sólido baluarte frente a la invasión progresiva del materialismo práctico y del proselitismo de las sectas. Su testimonio de fraternidad sinceramente nutrido con la Palabra de Dios y abierto al ecumenismo, no es sólo un signo atrayente de la gracia; es una fuente eficaz de misericordia y de caridad activa que regenera constantemente el tejido social de una población, de una ciudad y de un país”.
De igual forma, exhortó a los laicos a comprometerse en la vida pública “como cristianos inteligentes e íntegros” y a no ceder a “la tentación de muchos de no mezclarse en la política a causa de la corrupción que reina de modo endémico en la mayor parte de nuestros países”. Sobre este asunto, el papa Francisco “responde que no hay que tener miedo de ensuciarse las manos y que más bien hay que tener el valor de exponerse para sanear la moral pública de nuestras sociedades, en los dominios de la economía, de la política y de las comunicaciones”, indicó.
Finalmente, tras recordar la figura del beato mártir Oscar Arnulfo Romero, el presidente de la CAL afirmó que la Iglesia “es una luz y una fuerza de comunión que eleva a la humanidad, la libera del individualismo, del egoísmo, del odio y de la ignorancia religiosa por la iluminación del Evangelio y del Bautismo”, y constituye en América una muralla contra “la secularización y sus consecuencias deshumanizantes”.
“Pueda, pues, el llamado del Papa Francisco, orientar nuestras miradas prioritariamente hacia la Misericordia en este Jubileo, abrirnos a todas las dimensiones que hemos evocado, y transformarnos en testigos más creíbles y eficaces del ‘sacramento admirable de la Iglesia entera’”, concluyó.