La fecha del 8 de marzo es muy especial para nuestro muy querido Mons. Ignacio Trejos Picado, quien fuera segundo obispo diocesano para la Diócesis de San Isidro; y digo especial, porque marca de cierta manera la vida de aquel hombre entregado a Dios en medio de los hermanos.
Nacido en Guadalupe de Cartago el 31 de julio de 1928, recuerda que para él la familia “es de valor fundamental, herencia de la humanidad y en ella se forja el futuro, pues es la realidad más grande que el Señor nos pudo regalar, ahí recibimos la vida y el amor, y por ello debemos apreciarla”.
Y es que para Mons. Trejos, fue el seno familiar quien cuidó las bases de su vocación y llamada divina, pues en medio de la humildad de un joven campesino Dios fijó su mirada, y fue a inicios de 1946 cuando dialogando con su padre y “regreso del cafetal en época de repela, que se dio la tarde de las decisiones”; luego encontró un amigo suyo que le preguntó sobre sus intenciones para el seminario… y fue así, como se dirigió al Padre Odio, entonces párroco de El Carmen, quien lo remitió al Padre Álvaro Coto que le presentó finalmente al seminario en ese mismo año.
Al acercarnos a su historia, Mons. Trejos es claro en afirmar que siempre creyó, que “a través del ministerio se podía hacer muchísimo bien…, apreciaba mucho el ministerio, el hecho que el sacerdote es el hombre eucarístico”, precisó en entrevista concedida al Padre Elí Quirós para el espacio Yo te elegí de Radio Sinaí.
Ya en el seminario, el cual había iniciado el joven Trejos Picado un 8 de marzo de 1946, fue poco a poco mostrando sus cualidades humanas y espirituales; fue así, como en una lluviosa mañana de octubre del lejano 1950, Mons. Sanabria le pidió le acompañara a Roma para la Declaración del Dogma Mariano de la Asunción y de paso se quedaría en la Ciudad Eterna terminando sus estudios eclesiásticos.
Este paso, precisó monseñor no fue para nada fácil, lo “asumí como la voluntad de Dios, mi madre el 15 de septiembre había sufrido un derrame cerebral, y monseñor Sanabria me advirtió sabe que a su madre no la va a volver a ver en vida; ¡claro que es un dolor profundo! pero había que asumir la voluntad de Dios, porque ante todo la voluntad de Dios, era una decisión radical”, recordó el prelado.
Llegó así la ordenación presbiteral en Roma, la cual se celebró en esta particular fecha, un 8 de marzo de 1952 en la Capilla del Pío Latino Americano por la imposición de manos de Mons. Carsina, ocasión en la cual no contó con la dicha de que participaran sus familiares, por la obvia lejanía geográfica.
Con casi 16 años de ser sacerdote, recibe la noticia de parte de Su Santidad Pablo VI donde le elegía como obispo, noticia que asumió en completa obediencia, y según nos comentó, en aquella oportunidad se dijo: “si he sido obediente hasta hoy, debo serlo en esta ocasión también”. Fue así como inició un camino de episcopado, al que se refirió con mirada fija y palabras impactantes diciendo: “ahí comenzó la cruz del episcopado y la corona de espinas de la mitra”.
La ordenación episcopal se celebró un 8 de marzo de 1968, por la imposición de manos de Mons. Paulino Limongi entonces Nuncio Apostólico de Costa Rica; ya ordenado, es enviado primero como obispo auxiliar a la Arquidiócesis de San José y será con ocasión del deceso de Mons. Delfín Quesada Castro primer obispo de San Isidro, que llegará Mons. Trejos a nuestras tierras en 1974 para ser hombre valeroso y pastor de la verdad en el Sur del país, tierra que amó y que aún lleva en su corazón.
Estas tierras las defendió del enemigo, porque según nos contó, a su llegada miró “nuevos campos de acción, una experiencia dura porque apenas conocía el centro de San Isidro, encontré una nueva realidad, me alegró mucho que Mons. Delfín había promovido los Delegados de la Palabra, siendo el primer campo de acción… campo desconocido pero lleno de sorpresas, vi que el Pueblo de Dios estaba sediento del Evangelio… en los laicos miré al Pueblo de Dios que estaba dispuesto a esparcir la semilla del Evangelio y por eso era preciso abrir los espacios”, con estas sentidas palabras describió su valoración diocesana del rebaño confiado.
Rebaño al que defendió con valentía, por eso habló en contra de la corrupción de la época, por eso denunció el narcotráfico, por eso se refirió a las faltas serias contra el orden establecido, por eso no titubeó en señalar a los políticos de turno sus intereses y su olvido a la más necesitados, por eso se convirtió en voz de los que eran silenciados por el miedo y la guerra (incluso a nivel centroamericano, vale la pena conocer la Carta Navideña a Somoza), por eso recorrió nuestras comunidades con tanta sencillez y naturalidad, y por eso estuvo casi tres décadas con su pueblo.
Por eso, pudo decir “saben que no soy un santo, pero todo lo que hice en el Valle es buscando el bien de las almas, porque si uno se pusiera a complacer al mundo a ver si dicen bien o mal de uno, no haría nada, no lograría nada; pero, hay que luchar contra corriente”. Así, resumió el su paso por la querida diócesis del Sur.
Y de esta manera, la Vicaría Episcopal de Comunicaciones quiere rendir un sentido y humilde tributo al pastor desvelado, al pastor cercano, al pastor valeroso y al pastor de la verdad que sin miedo levantó su potente voz y ejercitó su ágil escritura para estar con los más necesitados… A Mons. Ignacio Trejos nuestro sincero agradecimiento y felicitación en este 8 de marzo al cumplir 65 años de vida sacerdotal y 49 años de su ordenación episcopal.